El 28 de noviembre de 2022 celebramos el 135 aniversario de la fundación de la Congregación Scalabriniana.

El Superior General, P. Leonir Chiarello, recuerda este acontecimiento, dirigiéndose a todos los misioneros «Con un discurso familiar y de confienza».

 

Han pasado 130 años desde que Scalabrini sintió esa necesidad de «acudir a ustedes por escrito y con ustedes demorarnos un poco para decir de nuestras cosas». Se trata de la carta a los misioneros de América, que todos conocemos bien, también porque es la única carta que Scalabrini escribió a todos los misioneros.

Hablar de nuestras cosas es algo que hacemos habitualmente. Al mismo tiempo, es algo del cual debemos sentir la necesidad. No para el mero cotilleo, como diría el Papa, no para chismear y dar rienda suelta a las quejas, sino para escuchar, compartir, animar, soñar juntos.

Después de 130 años, nuestro instituto sigue siendo esa humilde Congregación de la que hablaba Scalabrini. El Papa también nos dijo en la reunión posterior al Capítulo: sois pocos. Si miramos las cifras, somos cien religiosos menos que en 1970. El número de inmigrantes sigue creciendo y nosotros no lo hacemos como quisiéramos. Scalabrini no pierde el ánimo cuando mira a la humilde Congregación. Por el contrario, encuentra motivos para felicitar a los misioneros por el bien que hacen a pesar de las inmensas dificultades.

Aquí, vamos a hablar de esto, de las inmensas dificultades que encontramos incluso hoy en día. Aparte de algunos territorios, tenemos una presencia esporádica en muchos lugares. Y luego hay zonas en las que no estamos presentes, como el gran y conflictivo Oriente Medio, destino de la inmigración donde la pobreza de los lugares de origen obliga a los emigrantes a cerrar los ojos ante la falta de respeto a la dignidad y los derechos. No estamos en algunas de las fronteras de las que todo el mundo habla, como las pobladas por los barcos de los contrabandistas y los buques de las ONG, o las fronteras de la ruta de los Balcanes. No estamos en los caminos que cruzan los desiertos, donde uno no se encuentra con la tienda de Yahvé sino con la explotación y la muerte. Y se podría seguir.

Pero escuchemos a Scalabrini. No enumeró todas las situaciones en las que su humilde congregación no estaba presente, prefirió mencionar que el celo de los misioneros había hecho maravillas. Así que hablemos del bien que se está haciendo. En primer lugar, en los numerosos lugares de trabajo misionero ordinario, pero no menos precioso. Y de las intervenciones en áreas críticas. Estamos trabajando para volver al Medio Oriente, para establecer una presencia, limitada y humilde, con certeza, pero siempre una presencia. Y luego la actividad en ciertas fronteras, donde se pasa sin poder parar o donde no se pasa. O las fronteras en las comunidades, donde se puede fomentar la acogida y el diálogo, donde, a diferencia de otros contextos, se puede lograr el encuentro y la promoción. «Dios sabrá corresponder».

«Aunque sean pocos, pueden hacer mucho». ¿En qué se basa esta certeza de Scalabrini? Sobre el hecho de que los misioneros han respondido a una llamada personal. Lo subraya explícitamente cuando dice: «Fíjense, queridos, no dice – han sido llamados – sino – yo les he llamado”. La percepción de una relación personal con Cristo marca toda la diferencia del mundo. Ser llamado, de forma genérica, es una experiencia anónima. Los soldados son llamados como conscriptos, los reservistas son llamados a la guerra; y de hecho, los que pueden, tratan de encontrar una escapatoria. Al dueño de la mies no le interesa una llamada genérica. Llama personalmente a su viña yendo a visitar las plazas. Hablando de lo nuestro, no podemos evitar que el discurso recaiga sobre los que nos dejan. Pero deberíamos dedicar una palabra más a los que nos quedamos, para recordar la «predilección» de la que hemos sido objeto, y encontrar la manera de «perseverar y aguantar hasta el final».

«No es suficiente». Scalabrini felicita a los misioneros. Pero es lo suficientemente realista como para saber que «queda mucho por hacer». Es lo suficientemente realista como para saber que «este bien debe ser duradero». A todo el mundo le ocurre haber hecho algo bien: un proyecto, una iniciativa, una comunidad, una misión. Es fácil correr el riesgo de sentirse bien y pensar que podemos seguir viviendo de nuestras rentas. El bien hecho, lo que hicimos bien, debe darnos esa confianza que nos empuja a ir más allá. Es importante que al hablar de nuestras cosas sepamos confirmar a los hermanos, no con halagos puramente formales sino con expresiones concretas de confianza, esa confianza que crea la unión al mirar hacia adelante. La unión fue uno de los temas más destacados por Scalabrini en su carta: «la unión con Jesucristo, en primer lugar… la unión entre ustedes». Y señala los medios para llegar a la unión: ‘ejercicios continuos de piedad, la fe, y mantener viva la gracia en sus corazones’.

Hemos iniciado un año de preparación al congreso de espiritualidad. Tendremos la oportunidad de volver al tema varias veces para profundizar en esa «relectura actualizada e intercultural del carisma y de la vocación Scalabriniana» (XV CG 21.3). Sin embargo, en primer lugar, hay que profundizar en lo que es la espiritualidad, evitando reducirla sólo a ejercicios de espiritualidad. Scalabrini nos invita a alimentar la fe y la gracia. La espiritualidad es ante todo la vida y la acción del Espíritu en nosotros. Por tanto, profundicemos en la teología del Espíritu, escuchemos al Espíritu, descubramos el Espíritu que actúa en nuestra comunidad y entre los migrantes. El énfasis en la sinodalidad que vivimos con la Iglesia es el reconocimiento del Espíritu que actúa en todos.

Y la espiritualidad Scalabriniana no significa principalmente recordar y hacer nuestras las devociones de Scalabrini. Significa hacer nuestro su espíritu, su compasión por los migrantes, su pasión por el plan de salvación orientado a la unión de todos en Cristo. Este es el significado del lema elegido para la conferencia: Vendré a reunir a todas las naciones. La espiritualidad Scalabriniana es saber actuar en unión con el obispo y el papa, aspecto que se repite con frecuencia en los escritos de Scalabrini, y formar en este sentido «las almas de los emigrantes». No se nos envía en una misión para crear pequeñas islas en las que podamos sentirnos bien, venerados y respetados, territorios en los que nadie tenga que meter las narices y no tengamos que rendir cuentas a nadie. Citando a San Bernardo, Scalabrini amonesta: «haced honor a vuestro ministerio. Eso sí, digo ministerio y no señorío».

Entre las muchas otras ideas que nos ofrece la carta de Scalabrini, no podemos pasar por alto la frase en la que dice: “Piensen que ustedes serán la norma para los que vendrán después de ustedes.” Es esencial mirar hacia el futuro. Pero no con la preocupación de qué será de nosotros, de nuestra vejez. Scalabrini ya tranquilizó a los misioneros al respecto cuando les dijo: «No os preocupéis por el futuro». Mirar al futuro es ponerse en manos del Espíritu, pues es él quien guía a la Iglesia. Pero también es ser instrumentos del Espíritu tomando las iniciativas que podamos llevar a cabo. Por eso les invitamos a rezar por la misión de Uganda que acaba de comenzar y por los primeros pasos en la India, para que la Iglesia de esas naciones acoja el carisma de Scalabrini como un don del Espíritu para sus migrantes. Pero mirar al futuro es también sentir la responsabilidad de dejar huellas seguras sobre las que puedan caminar los que vendrán. Ellos nos mirarán a nosotros así como nosotros hemos mirado a los que nos han precedido. Empezando por aquellos dos primeros misioneros que hicieron su promesa hace hoy 135 años y que fueron robados de su ministerio a una edad temprana, después de consumirse en el apostolado..

Con ellos recordamos también a los muchos otros que nos han inspirado al hablar de nuestros propios asuntos, en un discurso familiar y de confianza.

 

Leonir Chiarello, cs
Superior general